El sábado 14, la primera edición del Lata Pararã Fest transformó un rincón de la ciudad de Fernando de la Mora en un santuario de riffs endemoniados y gritos desgarradores. La radio online Lata Pararã y su staff, orquestó un aquelarre musical que convocó a fieles del metal y el rock como si se tratara de una misa negra, celebrando la resistencia de un género que no baja la guardia.
El escenario: un altar de decibelios y pasión
Desde el primer acorde, el ambiente se llenó de energía cruda. Los amplificadores escupían sonido a niveles que hacían vibrar el suelo y aún más los corazones de los asistentes. Una marea de remeras negras se agitaba al ritmo del caos ordenado que solo un festival de esta magnitud puede ofrecer, con una mezcla esperpéntica de sonido, luces e imágenes. La cerveza corría como combustible en las venas de un público que se entregó sin reservas.
Las bandas: una descarga de electrón puro
El concierto comenzó con Gato, la banda liderada por Jorge “Gato” Sánchez, que abrió la jornada con un set experimental que atrapó al público como un hechizo. Sus canciones crearon paisajes sonoros que parecían salidos de una galaxia distante, una apertura perfecta para lo que sería un viaje sonoro impresionante. Momento ideal para agarrar un buen lugar frente al escenario y preparar los oídos para lo que venía.
Luego fue el turno de Dentro del Sol, un trío que impregnó el escenario de riffs cargados de fuzz y una base blusera que evocaba a leyendas como Hendrix y Pappo. Sus composiciones, intensas y profundas, envolvieron al público en una atmósfera de distorsión y melancolía. Una actuación que obligó a los asistentes a cerrar los ojos y simplemente dejarse llevar.
Con una entrada que parecía un rugido de batalla, Lok Tar desató una furia metálica que no dio respiro. Su espectacular puesta en escena, acompañada de voces portentosas y ritmos aplastantes de la batería, hizo que el público se sumergiera en un frenesí visceral. Perfecto para soltar un grito y buscar una cerveza que enfriara el cerebro.
La intensidad se mantuvo con NAO, que hizo temblar los cimientos con riffs potentes y pesados. Su ejecución impecable logró que el público respondiera con cabeceos sincronizados y una energía que se multiplicaba con cada tema. La fuerza de su presentación confirmó por qué son una de las bandas más respetadas de la escena.
El hard rock tuvo su momento de gloria con Bajo Zero, que trajo una mezcla pegadiza de melodías nostálgicas y frescura contemporánea. Sus canciones recordaron que el alma del rock no envejece, sino que se renueva con cada acorde. Una pausa ideal para disfrutar del clima y recargar energías.
La brutalidad alcanzó otro nivel con Kóga, cuyo metal pesado fue como un golpe directo al pecho. Su presencia en el escenario y la fuerza de su sonido mantuvieron al público en un estado de éxtasis agresivo. Los gritos de “¡otra, otra!” resonaron al final de su set.
Cuando Violent Attack subió al escenario, el pogo se volvió inevitable. Su thrash metal agresivo fue como un tren sin frenos, arrastrando a todos en una vorágine de energía cruda y desenfreno colectivo. Perfecto para liberar tensiones y perderse en la adrenalina del momento.
El heavy metal melódico de Querubes fue un oasis electrizante. La banda logró conectar con el público en cada nota, ofreciendo una ejecución precisa y emotiva que demostró por qué son una de las favoritas de la escena. Una actuación que provocó sed en el público que, cual estampida de búfalos, se apresuró en ganar los primeros lugares en la fila de la cantina.
Dismal sumergió a los asistentes en un abismo de doom metal, creando una atmósfera oscura y reflexiva. Su música fue un viaje introspectivo, profundo y cautivador. Con una envidiable puesta en escena, esta banda tranquilamente podría estar tocando en escenarios de Europa y EE.UU. Una razón más para ir a la cantina a recuperar el alma!!
Directamente desde Villarrica, In MortuoriuM desplegó su black metal melódico con una elegancia feroz. Su técnica impecable y la intensidad de su presentación dejaron una marca indeleble en el público. Una verdadera cátedra de lo que significa dominar el escenario.
El penúltimo acto, Viernes 13, trajo de vuelta la esencia pura del heavy metal. Cada acorde resonó como un himno de rebeldía, recordando por qué este género sigue siendo un faro para sus seguidores. La banda se ganó una ovación que resonó más allá del recinto.
El cierre estuvo a cargo de Diagonal de Sangre, que llevó el festival a su clímax con un death grind metal oscuro y visceral. Su sonido enfermizo y contundente fue la despedida perfecta para una jornada que celebró lo extremo y lo visceral. Un final que dejó a todos con la certeza de que habían sido parte de algo legendario.
Más allá de la música: una organización impecable
El festival fue una máquina bien aceitada. Desde el sonido —potente y claro— hasta la cantina abastecida de cervezas y comidas para aguantar la jornada, Lata Pararã demostró que la pasión por el rock también se mide en la atención a los detalles.
Un hito cultural
El Lata Pararã Fest no solo fue un evento, sino una declaración. Fue el grito de una escena que se está revitalizando después de años críticos, una plataforma para bandas emergentes y consolidadas que demostraron que el metal nacional está vivo y rugiendo. Este festival promete convertirse en un bastión para los amantes del género y una chispa para futuras generaciones de rockeros y headbangers.
En palabras de uno de los asistentes: “Esto no es solo música, es un estilo de vida. Es nuestra razón para seguir adelante.”
Por : Geté.
PH: @caminanterockero