Cuando el maestro Kucky Rey, en sus clases, te decía: «Mirá pibe…», tenías que abrir bien los ojos, los oídos, la mente. Porque seguro te iba a dar una de esas lecciones de música, que no están en los libros, sino en miles de horas de tocar en vivo, ensayar, estudiar.
Aunque echaba mano de lo anecdótico, al empirismo puro, Kucky no escapaba del rigor académico. Estudió con folkloristas de renombre de su Argentina natal, pues venía de aquí cerca nomás, de la vecindad del Chaco argentino. Me dijeron, nunca lo confirmé, que su madre era paraguaya. Luego tomó clases de música clásica, con Cayo Sila Godoy. Por gusto y convicción, se adentró de lleno al jazz, que convirtió en su religión y del cual fue un autodidacta, pero siempre apegado a la disciplina de los libros, los métodos de los grandes maestros del género. Era un estudioso, meticuloso, perfeccionista. Cualidades éstas, que inculcaba a sus alumnos.
Su propio oído estaba calibrado, tal vez de nacimiento, o a fuerza de costumbre, con una precisión micrométrica, ingenieril. Era obligatorio afinar correctamente la guitarra antes de iniciar la clase, con un diapasón. Era una ofensa aberrante tocar una guitarra con una cuerda levemente desafinada. Con Kucky aprendí la importancia de un instrumento bien afinado, y lo horrible que suena uno que va desentonando. «Mirá pibe, si no afinás bien, te vas a acostumbrar a escuchar mal los acordes, y lo feo, te va a parecer normal».
«Mirá pibe, este acorde lo podés hacer así, pero está mal (y cuando te decía eso, ponía los dedos en alguna posición extraña, imposible). También lo podés hacer de esta manera, que es la correcta. Es importante hacer bien los acordes, para tocar limpio, para poder hacer rápidamente la transición de un acorde a otro. Los perros ponen los dedos como quieren, y les sale el acorde, pero está mal. Es como ser un buen dactilógrafo que escribe rápido utilizando todos los dedos, o ser un tipo que escribe a máquina con dos dedos».
Así era Kucky. Su lógica era implacable, su enseñanza era estricta, sus ejemplos fabulosos. No obstante, era un hombre de una gran paciencia. Jamás iba a humillar a un alumno, ni a retarlo, ni a maltratarlo, por más vago, torpe o falto de talento que fuere. Era como un monje zen que con una calma tenaz e infinita, se empeñaba en sacar lo mejor de sus educandos.
Formó a varias generaciones de músicos paraguayos, de jazz, rock, blues y folklore. No solo a guitarristas, que era su instrumento, sino también a tecladistas y bajistas que deseaban perfeccionarse y desentrañar la muy compleja ciencia de la armonía y sus acordes, alteraciones, modulaciones, y demás teoría. La música popular paraguaya contemporánea le debe todo a Kucky Rey.
Kucky se hacía amigo de sus alumnos. Entraba en confianza plena, abierta y profunda. De esa amistad salían las anécdotas más desopilantes, algunas irrepetibles. Era todo un personaje Kucky, y encima, muy solidario, siempre dispuesto a pasar una mano desinteresada.
Aparte de la enseñanza, Kucky Rey conformó numerosas orquestas y bandas, de folklore, de jazz, de animación de fiestas. Hace unos años, en plena pandemia, lanzó un CD. Fue un músico completo, alumno, profesor, intérprete, compositor, entertainer. Remó duro contra las adversidades, en un país que no reconoce suficientemente el arte, y en el cual impera la mediocridad sobre las tablas. Kucky, era excepcional, con su talento desbordante y puntillista.
Kucky Rey nació como Ramón Ernesto Villalba, un 7 de junio de 1934, en Resistencia, Chaco argentino. Kucky era el apodo familiar de Ramón Ernesto. Lo de «Rey», que completó su pseudónimo artístico, se le ocurrió al locutor Bernardo Aranda, a finales de la década de 1950. Nos dejó el maestro Kucky, a sus 89 años, este 15 de abril de 2024.
Por: Rodrigo Carvallo Croskey