Por coincidencias de la vida, el maestro Carlos Schvartzman fue mi vecino, por varias décadas, en el barrio San Cristóbal de Asunción. Solíamos cruzarnos frecuentemente e intercambiar saludos de cortesía, y alguna que otra palabra. Lo veía ir y venir con su maletín y con su infaltable paraguas. Daba pasos firmes pero nunca apurados, como de metrónomo. A lo lejos se perfilaba su mirada profunda y bonachona.
Crédito foto Facebook de Carlos Schvartzman
En las breves conversaciones que teníamos, demostraba ser hombre de enorme buena educación y afabilidad, además de poseedor de una amplia cultura.
Mis amigos músicos que tuvieron la fortuna de estudiar con el maestro Schvartzman, ya sea guitarra, bajo, teclado, armonía, destacaban siempre dos aspectos de su persona. El primero, que tiene que ver con su costado musical, técnico, el de un profesor exigente, pero correcto, no severo, ni antipático, todo lo contrario, cordial. Un docente que no se guardaba nada, que transmitía todo lo que sabía a sus alumnos. El segundo, su arista humana, como ya adelanté, y reitero, cordial, amena. En síntesis, lo que se dice habitualmente, «un buen tipo».
Crédito foto Facebook de Carlos Schvartzman
Carlos Schvartzman fue el formador de grandes talentos de la música paraguaya, no solo del jazz, sino también del folklore, el pop, el rock, el metal. Entre aquellos alumnos podemos destacar a Fran Villalba, tecladista de la agrupación Gaudí, y Jerry Groehn, bajista de Rawhide, una de las bandas fundadoras de la escena del heavy y del thrash metal en Paraguay.
Me tocó en suerte, en muchas ocasiones, escucharlo a Schvartzman con su ensamble de jazz en el Festival de Jazz de Asunción, evento artístico que reunía lo mejor del jazz paraguayo y del extranjero, o bien en otros acontecimientos culturales en los cuales actuaba con su banda.
En tales oportunidades publiqué comentarios acerca de Carlos y sus combos jazzísticos, en las páginas impresas del ya extinto, pero siempre recordado, Diario Noticias. Como bien saben quienes me conocen y me leían en aquella época, nunca contuve ningún comentario negativo hacia ningún músico, grupo o espectáculo, por más amistad que hubiere entre medio de los protagonistas y este servidor que escuchaba y desgranaba minuciosamente cada acorde, nota o detalle de la organización. Por ello, mi condición de vecino o conocido jamás influyó en lo que pudiera decir acerca de los conciertos a los que asistí de Carlos Schvartzman. Todo lo que escribí alguna vez de él, con absoluta objetividad, fueron palabras de elogio, porque se lo merecía.
Crédito foto Facebook de Carlos Schvartzman
Guitarrista, pianista, compositor, docente, arreglista, director: Schvartzman era un músico sumamente meticuloso, detallista, perfeccionista. De los pocos paraguayos que tuvieron el privilegio de estudiar en la prestigiosa BerkleeCollegeOf Music, en Boston. Hacía honor a su formación intelectual, a su pertenencia a una élite musical, ocupándose de manera preciosista de cada ínfimo aspecto que hacía a la interpretación de las obras que ejecutaba con su orquesta. Era de notar cómo músicos que en otras agrupaciones y circunstancias sonaban sin brillo ni gracia, a veces hasta cometiendo errores garrafales en la interpretación, bajo la dirección de Schvartzman sonaban impecables, correctos, ajustados, maravillosamente bien.
Maestro Carlos Schvartzman. Crédito foto: Jorge Candia, ABC Color digital, Internet.
Aunque en la informalidad de aquellos saludos le decía «¡Hola, Carlos!», me cuesta referirme a él como «Carlos» a secas. Pues era un «maestro» con todas las letras, en todos los ámbitos en los que se desempeñaba en la esfera musical y de la docencia. Así que, me despido, no con un «Chau, Carlos», sino con un «Buen viaje, MAESTRO».
Por: Rodrigo Carvallo Croskey.